Bastó que un
estadounidense ebrio se negara a pagar por un trozo de sandía a un vendedor
istmeño, para desatar un caos que sirvió como excusa a la primera intervención
armada de Estados Unidos en Panamá. En 1856, cuando el territorio aún lo
controlaba la Nueva Granada, el recién inaugurado ferrocarril transístmico fue
causa de tensiones entre los forasteros que iban a California en busca de
fortuna, y la población local, arruinada por el “progreso”.
La guerra de los cinco centavos
Aristides
Cajar Páez
La tarde del
15 de abril de 1856, Jack Oliver y otros tres norteamericanos, todos ebrios
llegaron al puesto de venta de fruta que tenía el antiguo platero oriundo del
pueblo de Parita, José Manuel Luna, cerca de la estación del ferrocarril, en la
ciudad de Panamá.
Oliver pidió
(en otras versiones la tomó sin pedirla) una rebanada de sandía que se comió a
medias, tirando el resto al suelo, tras lo cual, dio media vuelta y se alejó sin
pagar por el trozo de fruta. Luna lo siguió y le reclamó, en inglés, el real (cinco centavos de dólar) que costaba el pedazo de sandía. Oliver, según algunos testigos, le respondió
que él sí le iba a pagar, pero con un tiro en la cabeza y sacó su pistola para
amenazarlo.
Uno de los
que los que acompañaban a Oliver le lanzó a Luna el real que costaba la sandía y
aparentemente luego de esto, Luna se retiró, pensando que todo el asunto había
terminado allí. Sin embargo, en ese momento, el peruano Miguel Abrahams, quien se
encontraba en el lugar de los hechos, intentó arrebatarle la pistola a Oliver. En
medio del forcejeo, se escuchó un balazo. Abrahams logró quitarle el arma a
Oliver y salió corriendo hacia el barrio de la Ciénaga, cerca del del puerto de
embarque, perseguido por los norteamericanos amigos de Oliver.
El hecho pronto tomó ribetes de batalla campal
entre los que habían presenciado el altercado con los norteamericanos. Esa
tarde, había llegado a la estación del tren casi un millar de personas de los
que cerca de la mitad ya había abordado un buque que iba rumbo a la costa oeste
de Estados Unidos.
Confusión y violencia
Los pasajeros
estadounidenses, sorprendidos por el desorden, se atrincheraron en la estación y
en los hoteles cercanos, y algunos tomaron las armas de fuego disponibles y las
usaron indiscriminadamente para repeler a la turba enfurecida de istmeños y
otros latinoamericanos. Estos ya se encontraban fuera de control, y se les
fueron encima a los forasteros, temerosos de encontrarse ante una asonada de algún
grupo de presuntos filibusteros norteamericanos, que solían transitar por el
país por aquellos días rumbo a Nicaragua. Las fuerzas de seguridad
neogranadinas intentaron inútilmente recobrar el orden.
“El tumulto
crecía por momentos, la generalidad de los pasajeros con revólveres, juzgaron
que podían impunemente usarlos contra los hijos del país, a quienes creían de una
especie inferior y a quienes se le hacía alarde de tratar mal. Un combate se
siguió, sin que poder alguno humano hubiera podido impedirlo. La ventaja en tal
combate estaba del lado de los pasajeros, provistos de armas, mientras que el
pueblo no las tenía”, se lee en el mensaje que, a propósito de los
acontecimientos, emitió la presidencia de la Nueva Granada.
“El gobernador del Estado, acompañado del Cónsul de los Estados Unidos, se presentó en medio de los combates y logró que los granadinos suspendiesen el fuego. Desgraciadamente el Cónsul no pudo obtener lo mismo de los pasajeros y de la Casa de la Estación, en la cual se habían refugiado, se hizo una descarga sobre el gobernador y sobre el mismo cónsul. Fue imposible entonces aplacar a la furiosa multitud; no se oía otra voz que la de la venganza y era completamente inútil todo medio para evitar desgracias. El Cónsul se retiró y el gobernador, persuadido de que su presencia era inútil, regresó a la ciudad”, consigna el mensaje presidencial en su resumen de los hechos.
El saldo trágico
Los desórdenes no se aplacaron sino hasta tres días después, tanto en Panamá como en Colón, afectando de esa manera a los dos puertos terminales de la línea del ferrocarril.
Cuando el humo se disipó, el balance de la tragedia fue evidente: 16 estadounidenses muertos y 15 heridos, mientras que por el lado de los istmeños hubo dos muertos y 13 heridos, aparte de daños cuantiosos a la estación del ferrocarril y varios otros edificios.
El reparto de las culpas
El gobierno
de Estados Unidos, amparado en las versiones de sus representantes en el istmo
y los funcionarios del ferrocarril, no dudaron en descargar la culpa sobre los
istmeños, a los que acusaron de actuar premeditadamente para asaltar y robar a
los pasajeros del tren y de los barcos, con el pretexto de una pelea con los
norteamericanos.
Pese a esto,
la versión de los representantes diplomáticos de Francia, Ecuador o Inglaterra,
aparte de la detallada investigación llevada a cabo por la propia Nueva
Granada, responsabilizaba a los norteamericanos de disparar indiscriminadamente contra
los istmeños y hacer caso omiso a los efectivos y autoridades neogranadinas que
intentaron en vano detener las hostilidades.
La versión estadounidense incluso llegó a afirmar que hubo complicidad y connivencia entre los exaltados y los guardias istmeños.
A pesar de las abrumadoras pruebas que señalaban a ciudadanos norteamericanos de haber provocado el incidente y haber disparado indiscriminadamente contra la población local, en su mayoría desarmada, la Nueva Granada se vio obligada a pagar una indemnización de 195,410 dólares por indemnizaciones, 67 mil dólares por gastos de comisión y 143,237 dólares por intereses a los Estados Unidos a través del tratado Herrán-Cass de septiembre de 1857, por el cual la Nueva Granada aceptó su culpabilidad y dio por concluido el incidente.
Racismo
Muchos de
los viajeros de aquella época, y no pocos de los funcionarios del ferrocarril,
un proyecto norteamericano, profesaban un franco desprecio hacia la población local
istmeña, sobre todo a los trabajadores humildes y de piel oscura. Este
desprecio estaba basado en el racismo, que formaba parte de las justificaciones
sobre las que se basaba la institución de la esclavitud, aún vigente en Estados
Unidos, pero ya abolida en la Nueva Granada y otras naciones de América y
Europa.
Estas
actitudes ya habían generado choques durante los tránsitos de norteamericanos por
Panamá, sobre todo a partir de la Fiebre del Oro a finales de la década de
1840, cuando miles de aventureros saturaron la ruta transístmica para llegar a
California.
Algunos
norteamericanos habían tratado de hacerse justicia por mano propia cuando estos
encuentros habían pasado a mayores, con saldo de heridos y muertos.
Aparte,
centenares de antiguos boteros, dueños de recuas de mulas, hoteles y posadas de
camino, que vivían de brindar sus servicios por la ruta transístmica, habían
sido desplazados por la construcción del ferrocarril, viéndose obligados a
buscar nuevas ocupaciones o a ganarse la vida como pudieran. Este era el caso
de Manuel Luna, que en su declaración ante las autoridades había señalado que
su verdadero oficio era el de platero, pero los cambios ocurridos en los
últimos años en el istmo lo habían orillado a convertirse en vendedor de fruta
en los puestos que se agolpaban cerca de la estación del tren.
Intervencionismo
Pese a las
protestas diplomáticas de Bogotá por el incidente del 15 de abril de 1856 y sus consecuencias, había sido el propio
gobierno de Nueva Granada el que le había abierto la puerta a la intervención
estadounidense en el istmo.
Para la
década de 1840, la región centroamericana se hallaba inmersa en una disputa
entre Estados Unidos e Inglaterra por el control de una posible ruta
interoceánica o canal que permitiera ampliar el comercio entre las costas del
Atlántico y el Pacífico de Centro y Suramérica y los centros manufactureros del
hemisferio norte. La revolución industrial crecía a todo vapor, literalmente, y
con ella el desarrollo de una nueva etapa del capitalismo y el colonialismo.
El
territorio istmeño, sobre todo en su zona más angosta, era una de las presas
codiciadas por ambas potencias y para el entonces emergente expansionismo de
Estados Unidos, el control de esa ruta era crucial.
La Nueva
Granada se encontraba por entonces en una tensa relación con los británicos por
disputas sobre el control de territorios centroamericanos y asumía que no sería
capaz de defenderse ante estos en caso de que quisieran apoderarse de la ruta por
el istmo panameño.
De esta
suerte, terció a favor de los estadounidenses con los cuales pactó un tratado que
en teoría le permitiría conservar la soberanía sobre el istmo, cualquiera que
fuera la circunstancia
El 12 de diciembre
de 1846, Manuel María Mallarino, ministro neogranadino de Exteriores, que llegaría a ser
presidente de Colombia y Benjamín Alden Bidlack, un abogado que llegó a ser representante
por Pensilvania en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, firmaron
el llamado Tratado de Paz, Amistad, Navegación y Comercio, que bajo el aspecto
de un convenio comercial, le abría las puertas a Estados Unidos para campar a
sus anchas a lo largo de la ruta trans ístmica panameña.
Este pacto contemplaba
el compromiso de Washington de garantizar la soberanía de Nueva Granada sobre
el territorio, a cambio de cederle “el derecho de vía o tránsito a través del
istmo de Panamá, por cualquier medio de comunicación que ahora exista, o en el
futuro pueda abrirse”.
Además, Estados
Unidos garantizaba a la Nueva Granada, “la perfecta neutralidad del istmo de
Panamá, con la mira de que, en ningún tiempo, existiendo este tratado, sea
interrumpido el libre tránsito de uno a otro mar”, lo que implícitamente le
permitía intervenir, incluso militarmente, cuando percibiera una amenaza al
tránsito trans ístmico. Amenaza como la que, según la versión estadounidense, parecía
cernirse sobre este territorio justo aquel 15 de abril de 1856.
El 19 de septiembre de este mismo año, cinco meses después del incidente y sin que hubiese ya ningún disturbio serio que lo ameritase, desembarcaron en Panamá 160 marines estadounidenses llegados a bordo de los buques de guerra St Mary's e Independence y se tomaron la estación del ferrocarril durante tres días. Dicho acto se amparó en el tratado Mallarino-Bidlack e inauguró la larga serie de intervenciones de las fuerzas estadounidenses en el istmo de Panamá.
Gaceta del
Estado—Panamá, 28 de abril de 1856, No. 40 INCIDENTE DE LA TAJADA DE SANDÍA.
Gasteazoro; Arauz;, Muñoz. La historia de Panamá en sus
textos: 1501-1903.Editorial Universitaria. 1980.
Figueroa N, A. DOMINIO Y SOCIEDAD. EN EL.
PANAMA COLOMBIANO. (1821-1903). (Escrutinio sociológico). Impresora Panamá,
S.A.. Ciudad de Panamá. 1978 .44 páginas
No hay comentarios:
Publicar un comentario