El istmo de Panamá quiso mantenerse unido al imperio español dentro del difícil trance que significó la invasión napoleónica de 1808 a la península ibérica, antecedente y preámbulo de la emancipación hispanoamericana. Fieles los istmeños hasta el fin a la Constitución liberal de Cádiz de 1812, la restauración absolutista envalentonó a sectores del viejo régimen en el istmo, que abusaron de su poder y colmaron la paciencia de los habitantes de Panamá. Una conspiración cívico-militar istmeña supo aprovechar las circunstancias de 1821 y sin derramar sangre, pero dispuesta a todo, logró, el 28 de noviembre de ese año, la libertad y la unión a la Colombia de Bolívar.
El camino de la libertad
Aristides
Cajar Páez
Desde 1751, al
quedarse sin su Real Audiencia, Panamá dejo de tener una burocracia civil
española absolutista en el poder. Este pasó a ser ejercido por la Comandancia
General de Tierra Firme.
Los panameños del período 1808-1814, en vez de embarcarse en las luchas independentistas que empezaban a agitar el sur del continente, prefirieron integrarse a la ola de cambios revolucionarios que estaba teniendo lugar en ese momento en la península ibérica tras la invasión napoleónica, cuenta el historiador y geógrafo panameño Alberto McKay. Junto con España, Filipinas México, Cuba, Santo Domingo, Centro América, Quito, Perú y Alto Perú, Panamá participó en el proceso de transformación del mundo hispánico absolutista en una monarquía constitucional.
Panamá en Cádiz
El país intervino
en la organización del proceso de conformación de las Cortes Constituyentes en
España y escogió a su propio diputado en agosto de 1810. Se trató de José
Joaquín Ortiz, un jurista liberal istmeño, quien participó en la expedición de
la Constitución liberal de Cádiz de 19 de marzo de 1812. Ortiz firmó allí como
“diputado por Panamá”, cuenta McKay.
La
Constitución de 1812 derogó el régimen colonial de virreinatos y reales
audiencias. Pero debido a la guerra, en muchos lugares el viejo régimen
continuó existiendo de facto.
Así, fue
nombrado un nuevo Virrey y Capitán General para Nueva Granada, Benito Pérez
Brito. Este, además de los oidores que, ante el avance de las fuerzas
independentistas se habían refugiado en Cuba, se instalaron finalmente en
Panamá en 1812. El virrey, tras fracasar en su ofensiva contra los
independentistas neogranadinos, renunció a su cargo poco después. La Real
Audiencia de Bogotá había quedado reducida a un solo magistrado, cuenta McKay,
y así permaneció en el Istmo hasta 1816.
Con la
restauración absolutista de 1814 y el retorno al trono de Fernando VII en
España, Panamá perdió sus instituciones democráticas emanadas del régimen
constitucional, pero debido a los avances en su economía comercial, logró
mantener algunas de las libertades conquistadas.
A raíz del
éxito de la revolución liberal española del coronel Rafael de Riego, de enero
de 1820 y de la consiguiente restitución de la Carta Magna de 1812, el Istmo
recuperó el régimen de libertades y volvió a ser una provincia de España, ya
sin vínculos con el virreinato de Nueva Granada, señala el historiador.
Gracias al
comercio con Jamaica y al frecuente arribo de istmeños a las Antillas, Panamá
había estado expuesto a las influencias liberales británicas de la época.
Tras la
revolución de Riego de 1820, circularon en el istmo periódicos liberales
españoles, prensa de Curazao y Estados Unidos, además de material impreso republicano
y bolivariano. En este contexto surge el periódico istmeño “La Miscelánea del
Istmo de Panamá”, editado por criollos panameños con una imprenta traída de
Jamaica.
En Panamá, mientras istmeños y militares españoles liberales intentaban desarrollar el régimen constitucional, sectores de la oficialidad peninsular, abiertamente absolutistas, aprovechaban toda ocasión para atropellar a la población.
La conjura
Tras un
intenso “bombardeo ideológico” y la defensa de las instituciones democráticas,
explica McKay, se logró articular un movimiento de “masiva desobediencia civil
y militar”. También se logró la infiltración de patriotas panameños en la
oficialidad del ejército, el pago de sobornos a la tropa, el acercamiento y
conversión de desertores a la causa independentista y la organización política
de los pueblos del interior.
Una nueva
autoridad española llegó al istmo en agosto de 1821. El nuevo gobernante, el
Capitán General Juan de la Cruz Mourgeon y Achet, había sido nombrado
legalmente por el gobierno español y en consecuencia promovió el cumplimiento
de la Constitución y nombró en interinidad al coronel panameño José de Fábrega
como Comandante General del Istmo.
Interesado
en combatir a los independentistas del Reino de Quito, el nuevo Capitán General
viajó a Esmeraldas, al norte del actual Ecuador, en octubre de 1821. Se hizo
acompañar por el Batallón Tiradores de Cádiz, un cuerpo de infantería del
Batallón Cataluña, dos escuadrones de caballería desmontados y algunos
artilleros.
Panamá, sin
embargo, no quedó desguarnecida, como suele afirmarse. Según detalla McKay, en
el Istmo quedaron dos compañías del Batallón Cataluña, una compañía de
artilleros y las Milicias Pardas, “todas amparadas por el poder naval que
España mantenía en el mar Caribe, bajo el almirantazgo de la fortificada ciudad
de La Habana”.
Conspiraciones en marcha
El coronel
Fábrega decidió desobedecer la orden de capturar rehenes panameños para
conducirlos al Sur. En la región central del país, los patriotas urdieron
conspiraciones de solidaridad con Guayaquil e hicieron circular proclamas
independentistas en los partidos de Natá, Los Santos y Santiago de Veraguas.
El pueblo de
la Villa de Los Santos se tomó el cuartel y la cárcel de la ciudad el 10 de
noviembre de 1821. Ese día, el ayuntamiento de la circunscripción declaró la
independencia, abrazó el sistema republicano y solicitó el apoyo de Bolívar.
En el resto
del mes de noviembre, numerosos pueblos y ciudades de los partidos de Los
Santos y Natá, lo mismo que algunos de Veraguas, se adhirieron a la
independencia.
En previsión
de la reacción realista, se organizaron unas fuerzas armadas locales que
estuvieron dirigidas por Francisco Gómez Miró, de Natá, Segundo Villareal de la
Villa de Los Santos y Blas Arosemena de la Ciudad de Panamá, que estaban listas
para la lucha.
Por fin, la independencia
En la mañana
del día 28, cuenta McKay la población del arrabal de Santa Ana salió
masivamente a las calles. Ingresó al amurallado recinto de San Felipe y en la
actual Plaza de la Independencia, se sumó a la multitud de ese aristocrático
barrio que también se manifestaba.
El pueblo
tuvo que sortear las impotentes baterías de cañones españoles que, colocadas en
las bocacalles para disuadirlas, carecían no obstante de artilleros que pudieran
(o quisieran) dispararlas.
“Ante el
vigor de la ofensiva popular y dada la ausencia de tropas que obedecieran y
ejecutaran órdenes represivas, fracasaron los planes de la aislada oficialidad
absolutista de cañonear a los manifestantes, asesinar rehenes, bombardear
objetivos civiles e incendiar la ciudad”, cuenta el historiador.
Una vez allí
reunidas, las masas pidieron la celebración de un cabildo abierto y, tal como
lo habían previsto los dirigentes de la sublevación, se reunieron los regidores
del ayuntamiento de la ciudad al igual que los miembros de la Diputación
Provincial, que representaban así a todo el país.
De acuerdo
con el relato de McKay, allí también participaron las altas autoridades civiles,
militares y religiosas del país. Esto dio paso a la formación de una Junta
General, con el apoyo popular, que se enmarcó en un gran acto político “de
democracia pura y directa” que declararía la independencia de España y,
consignándolo en un acta, expresaría la voluntad del Istmo y sus habitantes de
pertenecer “al Estado republicano de Colombia”.
Fuente:
McKay,
Alberto (2008). “Panamá, La primera república de Colombia y el desarrollo del
ideario panamericanista”. Universidad de Panamá, Instituto de Estudios
Nacionales.
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