martes, 28 de marzo de 2023

Universal/ El fin del zarismo en Rusia

 


En 1905, gobernaba Rusia el zar Nicolás II. Se dice de él que era un buen esposo y un buen padre pero que no estaba demasiado interesado en los asuntos del gobierno. La naciente industrialización había traído el desarrollo de cierto nivel de capitalismo y por consiguiente, el surgimiento de una clase obrera cada vez más exigente y descontenta en un país todavía abrumadoramente empobrecido y atrasado.



Causas y zares 


Aristides Cajar Páez.

A comienzos del siglo XX, Rusia continuaba gobernada por una monarquía de tipo absolutista, de las cuales ya casi no se conservaban vestigios en el resto de Europa desde el siglo XVIII. El régimen zarista concentraba todo el poder sobre una población empobrecida y atrasada en su desarrollo económico y social. La razón de la supervivencia del zarismo, como lo señala el historiador británico Cristopher Hill es que Rusia siempre había sido un país demasiado grande y difícil de administrar de manera eficiente. Por este motivo y al mismo tiempo, la única manera de mantener la unidad de un territorio tan inmenso era bajo el control de un poder centralizado y fuerte que le diera al menos cierta apariencia de uniformidad.

La revolución industrial, que había avanzado rápidamente durante el siglo XIX en el resto de Europa, apenas asomaba en Rusia. Esta revolución había dejado obsoleto el sistema administrativo y social ruso, pero sus dirigentes se negaban a abandonarlo.

En 1861, el zar Alejandro II ordenó la liberación de la servidumbre. Así se puso fin a un rezago feudal todavía presente en Rusia. Consciente del grave atraso de su país, Alejandro II intentó ser un líder reformista, alentando algunos cambios, como una incipiente industrialización y otras reformas en el ejército y la justicia. Sin embargo, este monarca liberal que pese a sus reformas pretendía mantener fuerte el poder zarista, fue asesinado en un atentado en marzo de 1881.

Tras su muerte, las reformas se detuvieron de golpe, e incluso, en algunos casos, se revirtieron, sobre todo durante el reinado de su hijo Alejandro III, su sucesor, quien estaba decidido a retener los privilegios de la monarquía y el orden social existente hasta el reinado de su padre. 

En 1905, gobernaba Rusia el zar Nicolás II. Se dice de él que era un buen esposo y un buen padre pero que no estaba demasiado interesado en los asuntos del gobierno. Nicolás II sentía, eso sí, el deber de conservar el poder monárquico a como diera lugar. El malestar en el país era creciente y la naciente industrialización habían traído inevitablemente el desarrollo de cierto nivel de capitalismo y por consiguiente el surgimiento de una clase obrera cada vez más exigente y descontenta con las condiciones generales de la vida en el país.

Inquieto ante la posibilidad creciente de tener que enfrentar una rebelión, Nicolás II impulsó una guerra que pudiera ser fácil de ganar, para así apelar al nacionalismo y disipar el descontento de las masas. Es así como se embarca en la Guerra Ruso-Japonesa, en 1904 luego del ataque de los japoneses a Port Arthur sobre el Pacífico, un estratégico puerto que los rusos controlaban en el norte de la península coreana. El ataque era el fruto de conflictos territoriales no resueltos en medio de la expansión japonesa en el lejano oriente. Nicolás II pensó que sería fácil vencer a los japoneses y obligarlos a aceptar sus condiciones. Sin embargo, en enero de 1905, Port Arthur, puerto de aguas profundas ruso en Manchuria, cayó definitivamente en manos japonesas y nada pudo hacerse.

La humillante derrota fue el detonante de la revolución de 1905, ante la cual Nicolás II se vio obligado a convocar a la Duma, el parlamento ruso que su abuelo Alejandro II había ideado como espacio para democratizar Rusia.

Los burgueses, que habían ganado espacio y poder político gracias al desarrollo del capitalismo en Rusia, empezaron a dominar la Duma, pero las masas populares estaban empezando a plantear sus propias exigencias y programa.

Ante la debilidad y apatía del zar Nicolás, su esposa, la zarina Alexandra, de origen alemán y además nieta de la reina Victoria de Inglaterra, tomó en buena medida las riendas del poder a la sombra de su marido.

Buena parte de este poder estaba a su vez influenciado por el místico Grigori Rasputín, un misterioso curandero que le había sido recomendado a la zarina por una amiga suya para tratar la hemofilia de su hijo Aleksei. Impresionada la zarina por los buenos resultados del tratamiento para la recuperación de su hijo, Rasputín se hizo indispensable en la corte imperial.

El personaje, sin embargo, era controvertido: tenía fama de corrupto y no dudó en usar su influencia sobre la zarina para ubicar a su antojo a sus amigos y hacer caer en desgracia a sus adversarios, al punto que no había decisión que se tomase en la corte, que no pasara por la aprobación de Rasputín. Ministros y nobles fueron apartados por recomendación del vidente, del mismo modo que ciertos personajes dudosos llegaron a ejercer gran poder, contribuyendo a la debacle del imperio y enfureciendo aún más a las masas. Se dijo de este personaje que era en realidad un espía alemán, acusación grave pues Rusia había entrado en la Primera Guerra Mundial, precisamente contra Alemania, una situación que era particularmente incómoda para la zarina.

Rasputin finalmente es asesinado en 1916 gracias a un complot en el que participaron personajes de la nobleza y más recientemente se ha asegurado que agentes británicos estuvieron involucrados en el evento.

La muerte de Rasputín fue un golpe devastador para la zarina. Pero finalmente Rusia se había librado de un grave problema que complicaba el funcionamiento del imperio, pero ya era demasiado tarde.

En febrero de 1917 estallaría la primera fase de la revolución, conducida por los burgueses que aspiraban a consolidar un régimen liberal similar al de otras potencias en occidente. El zar se ve obligado a abdicar, poniendo fin al reinado de la dinastía Romanov y a la monarquía zarista en Rusia. En octubre de ese año, los bolcheviques toman el poder y un año después, muere fusilada toda la familia Romanov.

 

Referencia:

Hill, Cristopher; La revolución rusa. 1947.

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