En julio de 1900 tuvo lugar uno de los enfrentamientos más cruentos de la Guerra de los Mil Días, la contienda que enfrentó a liberales y conservadores del territorio de Colombia a inicios del siglo XX. Se trata de la batalla del Puente de Calidonia, el intento fallido por parte del ejército revolucionario liberal de tomar la Ciudad de Panamá, capital del entonces departamento colombiano homónimo. Divergencias en el mando militar de la revolución y graves errores tácticos produjeron una carnicería con cerca de mil bajas. El episodio y el desenlace posterior de la propia guerra, entre otras causas, abonaron el camino a la separación panameña en 1903.
Sangre sobre el puente
Aristides
Cajar Páez
Uno de los
principales dirigentes del movimiento liberal revolucionario, Rafael Uribe
Uribe, había viajado a Panamá para buscar apoyos. El entonces departamento
istmeño iba a tener un papel central en la lucha.
Auspiciada por
gobiernos centroamericanos, una expedición de liberales panameños desembarcaría
en marzo de 1900 en Punta Burica, Chiriquí.
Sus líderes,
Belisario Porras, Carlos A. Mendoza y Eusebio A. Morales proclamaron entonces:
“Venimos a restaurar la República, a libertar la patria aherrojada, a
devolveros la justicia escarnecida con tantos días de oprobio”.
Una tras
otra se sucedieron las victorias liberales en el campo de batalla, avanzando
los revolucionarios por tierra y mar desde el extremo occidental del país hacia
la capital departamental. Las fuerzas conservadoras no lograban contener el
ímpetu de los revolucionarios.
A mediados
de año, las tropas liberales ya se encontraban en las cercanías de la ciudad de
Panamá. Las poblaciones de Capira, La Chorrera y Arraiján iban cayendo una a
una en una sucesión de victorias revolucionarias que parecía imparable.
El plan
Fue
justamente en La Chorrera donde se discutió y definió el plan de batalla para
asaltar la capital. Y fue Porras quien propuso dicho plan, sin que nadie lo
objetara en aquel momento.
Según
Porras, se procedería a asaltar la ciudad en botes por los lados de Farfán. El
grueso del ejército avanzaría hacia Arraiján, y luego a Cocolí y al acercarse a
la vía del ferrocarril cruzaría a Miraflores tan rápido como fuera posible.
Continuarían
luego hacia Corozal y tomarían sus lomas. Una vez allí entrarían en contacto
con otros jefes rebeldes, que ocuparían las otras lomas hasta el mar, El
Cangrejo, Bella Vista y Perry Hill.
Para
confundir a las fuerzas gubernamentales, se harían ver para atraer su atención
“con cañoneo constante”. Se les haría
creer que estaba en curso un ataque por esa zona “y noche y día los hostigarían
con la amenaza.
Entre tanto,
unos trescientos hombres ocultos en Farfán, aguardarían el aviso de aquel
simulacro de ataque “para asaltar de noche la costa por los lados de La Boca,
Punta Mala, Barraza y Gavilán y subir con igual sigilo al Ancón, atacar por
detrás en la mañana al enemigo en la estrechura y favorecer la retirada de los
aparentes atacantes de las lomas”.
Según
recuerda el general conservador Víctor Manuel Salazar en sus “Memorias de la
Guerra”, en horas de la noche del 20 de julio “tuvimos conocimiento de que ya
las avanzadas de la revolución habían llegado a Corozal, pequeña estación del
ferrocarril, situada a poca distancia de Panamá; y al punto resolvimos salir a
atacarla con la mira de paralizar el rápido avance del ejército enemigo para
dar tiempo a la llegada de la División Antioquia que debía conducir el
benemérito general Campos Serrano y que era nuestra mejor esperanza”.
Así se
inició la batalla de Corozal, que terminó en una derrota para las fuerzas del
gobierno. Cuando el general Emiliano Herrera llegó al lugar del combate, según
recuerda Porras en sus “Memorias”, se halló con la captura de los prisioneros.
Herrera,
quien asumiría el mando de la ofensiva final, decidió sin embargo no atacar
enseguida. Intentó en vez de ello acordar una rendición con el enemigo, tiempo
que las fuerzas conservadoras, dirigidas por el general Carlos Albán,
aprovecharon para reforzar la defensa de la ciudad, cavar fosos y plantar
alambradas para dificultar el avance de los rebeldes.
Herrera
esperaría en vano la rendición de Albán hasta el 26 de julio, cuando decidió
lanzar un ataque en el que no respetó nada del plan previamente acordado
propuesto por Porras.
En vez de
las maniobras distractoras y los avances nocturnos contemplados, Herrera
decidió enviar de frente y a plena luz del día al grueso de las tropas.
La batalla
El puente de
Calidonia era una estructura ubicada cerca de la estación terminal del
ferrocarril transístmico en la ciudad de Panamá, que pasaba por arriba de las
vías del tren y permitía así la comunicación terrestre sin interrupciones entre
el centro y la periferia de la capital en ese entonces. Quien controlara el
puente, podía fácilmente controlar la ciudad. Por esta razón, se convirtió en
un objetivo crucial para el ejército rebelde.
Según lo
recuerda Porras, las tropas entraron, “no por pelotones sino en masa;
doscientos y tantos hombres, por un lado, doscientos y tantos por el otro y
algo más de quinientos por el centro. Y no podían entrar de otro modo porque no
tenían campo para maniobrar”.
“Al observar
lo inexpugnable de las trincheras y alambradas que impedían el avance sobre el
puente de Calidonia, que formaba el punto central de la línea de batalla,
replicaba Herrera: “no importa, habrá sus difuntos”.
Los
conservadores que ya estaban parapetados, ocultos en las cercanías, apostados
en posiciones estratégicas, dejaron avanzar a las huestes liberales y cuando ya
los tuvieron muy cerca dieron la orden de disparar.
“La
metralla, como un granizo rasante, ha derribado pelotones íntegros, y por entre
una atmósfera de humo y de sangre, de olor a pólvora y a trapo quemado, se ven
rodar por el suelo, agitándose en las agonías de la muerte hombres y bestias en
horrible confusión” recuerda Porras.
Oleada tras
oleada de liberales dispuestos a tomar el puente a como diera lugar, volvían a
caer víctimas de la misma táctica, viéndose obligados a avanzar sobre los
cadáveres de sus correligionarios.
Las fuerzas
oficialistas conservadoras aprovecharon para castigar al resto de fuerzas
liberales que intentaban asaltar la capital por otros puntos.
“Dos
batallones liberales avanzaban por Peña Prieta –consta en el comunicado de la
batalla firmado por el general Salazar –pero, así como avanzaban iban quedando
tendidos en la playa y a la sombra de los manglares, muertos unos, heridos los
demás y es afirmación de algunos oficiales contrarios que de trescientos
hombres que atacaron por aquella vía solo seis volvieron vivos al campamento de
Perry Hill”.
Las fallas
Además de
cierta falta de cohesión en las filas revolucionarias, como lo relata el
general Quintero Villareal, Emiliano Herrera “no tenía capacidades de jefe para
un encargo de tanta responsabilidad”, expresa el profesor Rubén D. Carles.
Añade, a
manera de análisis de las causas de la derrota, que mientras Porras estaba
empeñado en mantener su condición de jefe de la revolución, “Herrera y todos
los generales colombianos conspiraban contra Porras a quien no le daban
beligerancia como militar. Tal vez este
desconocimiento y el marcado aislamiento en que quedó reducido Porras en
Farfán, explican por qué el jefe de la revolución permaneció ausente del campo
de batalla y solo concurrió a él para constatar el descalabro de sus tropas y
firmar la capitulación que por intermedio de sus cónsules les ofreció el
general Carlos Albán”.
Referencias:
Carles, R.
D. Victoriano Lorenzo, el guerrillero de la tierra de los cholos. Alcaldía de
Panamá, Comisión del Centenario de la República. Biblioteca del Centenario.
Tercera Edición, abril de 2003.
Porras, B.
Memorias de las campañas del Istmo 1900. Biblioteca de la Nacionalidad.
Autoridad del Canal de Panamá. Panamá, 1999.
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