El fatídico día 15 del tercer mes del año 44 a.C., marcó uno de los episodios más trascendentales en la historia romana: el asesinato de Julio César. Este evento no solo alteró el curso de la política romana, al precipitar el fin de la república y el inicio del imperio, sino que también dejó una marca indeleble en la historia universal.
El camino sangriento hacia el Imperio
Aristides
Cajar Páez
Antes de
dirigirse al Senado el día de su asesinato, Julio César había sido abordado por
un adivino llamado Espurina, quien le advirtió que tenía que tener cuidado con
los Idus de Marzo. Los días 15 de los meses marzo, mayo, julio y octubre (los
“idus”), eran considerados días de buena fortuna en la antigua Roma. Y antes de
que se impusiera el calendario juliano, el mes de marzo, que como su nombre
indica, estaba dedicado al dios Marte, era el primer mes del año, cuyo arribo
se celebraba con diversas festividades.
El ambiente
que se vivía era de jolgorio y celebración. César no le hizo mucho caso al
adivino. Estaba en un buen momento. Triunfante sobre las Galias, sobre su
adversario Pompeyo, autoproclamado “dictador perpetuo”, César se disponía a
consolidar el poder absoluto sobre toda Roma y acabar con los vestigios del
poder republicano en el Senado.
Planeaba
replicar su éxito de las Galias en oriente y, emulando la hazaña de Alejandro
Magno, someter a las armas romanas a todas las tierras hasta la India.
Llegando al
senado aquel 15 de marzo del año 44 a.C. volvió a encontrarse con el adivino.
“Ya estamos en los idus de marzo y nada ha ocurrido” le dijo César, desdeñando
el presagio. A lo que el adivino le replicó: “Los idus de marzo aún no han
terminado”.
Durante la
sesión, se formó un tumulto. En el teatro de Pompeyo, bajo las túnicas de
varios senadores, asomaron dagas que se cebaron sobre el cuerpo de César. Entre
los complotados vio a uno de sus protegidos, Bruto. “¿Tu también, hijo mío?”
habría sido la frase que pronunció e inmortalizó la perplejidad del momento, tras
lo cual César ya no trató más de defenderse y sucumbió a los embates de sus
asesinos.
Según cuenta
el latinista francés Pierre Grimal, aquel asesinato habría sido la primera
reacción del partido pompeyano, conformado por unos cuantos aristócratas que
aspiraban retornar a la República “eliminando al tirano”.
Malos augurios
Aunque hubo
rumores de la conspiración circulando en Roma, César parece no haber tomado en
serio las advertencias. Los adivinos se lo habían dicho, como ya se vio. Se
dice que incluso su esposa, Calpurnia, tuvo sueños premonitorios sobre su
muerte y le alertó sobre los peligros de ir al Senado ese día.
César dudó
sobre si asistir o no a la sesión. Sin embargo, algunas versiones señalan que,
al encontrarse con Décimo Junio Bruto, uno de los conspiradores, y contarle los
sueños de su esposa, este desestimó y ridiculizó los presentimientos de la
mujer y en cambio lo convenció para que acudiera al Senado.
Los conjurados
Aparte de
este Décimo Junio Bruto, quien había luchado en las Galias en los ejércitos de
César y había tomado partido por él durante la guerra civil, estaba el otro
Bruto, Marco Junio Bruto, parientes los dos. Marco Junio, un convencido
republicano, habría persuadido a Décimo Junio de unirse a la conspiración que
había empezado a urdir junto a Cayo Casio Longino contra César y a la que se adhirieron
otros conjurados, como Cayo Trebonio o Poncio Aquila.
Muchos de
estos personajes formaban parte del círculo de confianza de César, por lo cual
la sorpresa de éste el día de su muerte fue además la constatación de una amarga
traición y un desengaño acerca del verdadero apoyo que tenía en el Senado.
No está claro a cuál de los dos Brutos dedicó César sus últimas palabras, si es que realmente fueron pronunciadas, de lo cual existen dudas entre los expertos.
Monedas conmemorativas del asesinato de César, mandadas a acuñar por Bruto. |
La victoria
de los asesinos fue efímera. La ciudad de Roma no los apoyó. Los soldados y los
generales leales a César clamaron justicia. El proyecto de restaurar la
República se hundía. Matar a César había sido un grave error.
Según
Grimal, los conspiradores de marzo, liderados por Bruto y Casio habían huido a
Oriente con el propósito de restaurar el proyecto de Pompeyo, pero correrían su
misma suerte. “Como él, serán vencidos en Filipos, en el año 42 (a.C)”, dice el
autor.
Octavio,
sobrino-nieto de César al cual éste además había adoptado como hijo, y Marco
Antonio, lugarteniente y cónsul del dictador, vengaron su asesinato y purgaron
a la clase política romana para entronizarse. Posteriormente enfrentados entre
sí, Octavio vencería a Marco Antonio, quien se había aliado con la reina
egipcia Cleopatra, y, ya convertido en Augusto, inauguraría el Imperio Romano
en el año 27 a.C.
Referencia:
Grimal,
Pierre “Historia de Roma”. Editorial
Planeta, 2005.
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